La Zaranda vuelve a impactar al público porteño
De 19/8/13
La Zaranda vuelve a impactar al público porteño
Con la actuación de Garpar Campuzano, Francisco Sánchez (Paco de La Zaranda), Luis Enrique Bustos y Javier Semprún, dirigidos por el segundo, la obra viene despojada adrede de artificios intelectuales e intenta atacar directamente a los sentidos.
A partir de una investigación sobre el comportamiento de los animales en un frigorífico donde se faenan cerdos, en este caso aquejados de una extraña peste, tres individuos que aparecen como esos monos que no ven, no hablan ni escuchan, terminan analizando el comportamiento de un cuarto, un humano que es estudiado como irracional.
Se habla de riñas entre iguales, engorde rápido, distribución desigual del alimento, asesinatos de los más débiles, trampas, competencias desleales, lo que de inmediato remite a circunstancias humanas y de la actualidad española.
Con un humor muy socarrón y un estilo que mezcla el payaso de circo con el esperpento y algo en lo motriz muy cercano a la tragedia que desarrollaba Tadeusz Kantor, se ve cómo ese individuo va perdiendo su identidad con la desocupación, se vende al mejor postor y finalmente acepta morir, siempre y cuando sea sin dolor.
Hay una poética real en esas actuaciones lanzadas, de voces estentóreas, que no le hacen asco a las máscaras de cerdo ni al cambio de vestuario, sobre todo cuando la burocracia más kafkiana se apodera del escenario y la humillación al individuo se hace más evidente y se generaliza.
Todo ocurre en una escena alumbrada casi en exclusiva por unos focos móviles de vieja oficina, complementados con unas estanterías metálicas que pueden ser eso, una camilla hospitalaria, un calabozo y hasta una silla de garrote vil, en un transcurso que se va oscureciendo hasta borrar toda esperanza.
Es evidente el paralelo entre el cerdo y el individuo, ése que está comprometido sólo con las formas de producción y comienza a ser un estorbo a partir de una reestructura del lugar de trabajo, situación que en Europa cobra siniestras resonancias.
La obra no señala responsabilidades empresariales ni del sistema económico -no tiene esa intención- pero hace hincapié en la estupidez humana, en la comodidad y el conformismo, y construye así un apocalipsis entre tontos.
El dramaturgo Eusebio Calonge -también iluminador del grupo bajo el nombre de José Manuel Sánchez Jiménez- señaló a Télam que la obra pegó duro en su país: "Nosotros nunca trabajamos para la actualidad, el teatro como espejo del tiempo que cruza refleja una realidad, pero la realidad es algo mucho más hondo, no sólo contiene el presente, (sin embargo) la realidad nos trasciende".
A "El régimen..." se le puede endilgar una duración excesiva, sobre todo porque su planteo elude las convenciones dramáticas habituales, pero es muy disfrutable el trabajo del cuarteto, así como los vitales pasodobles de la banda sonora.
"El régimen del pienso", se ofrece en la sala María Guerrero del Teatro Nacional Cervantes, Libertad 915, de miércoles a sábados a las 21 y los domingos a las 20.30.
A partir de una investigación sobre el comportamiento de los animales en un frigorífico donde se faenan cerdos, en este caso aquejados de una extraña peste, tres individuos que aparecen como esos monos que no ven, no hablan ni escuchan, terminan analizando el comportamiento de un cuarto, un humano que es estudiado como irracional.
Se habla de riñas entre iguales, engorde rápido, distribución desigual del alimento, asesinatos de los más débiles, trampas, competencias desleales, lo que de inmediato remite a circunstancias humanas y de la actualidad española.
Con un humor muy socarrón y un estilo que mezcla el payaso de circo con el esperpento y algo en lo motriz muy cercano a la tragedia que desarrollaba Tadeusz Kantor, se ve cómo ese individuo va perdiendo su identidad con la desocupación, se vende al mejor postor y finalmente acepta morir, siempre y cuando sea sin dolor.
Hay una poética real en esas actuaciones lanzadas, de voces estentóreas, que no le hacen asco a las máscaras de cerdo ni al cambio de vestuario, sobre todo cuando la burocracia más kafkiana se apodera del escenario y la humillación al individuo se hace más evidente y se generaliza.
Todo ocurre en una escena alumbrada casi en exclusiva por unos focos móviles de vieja oficina, complementados con unas estanterías metálicas que pueden ser eso, una camilla hospitalaria, un calabozo y hasta una silla de garrote vil, en un transcurso que se va oscureciendo hasta borrar toda esperanza.
Es evidente el paralelo entre el cerdo y el individuo, ése que está comprometido sólo con las formas de producción y comienza a ser un estorbo a partir de una reestructura del lugar de trabajo, situación que en Europa cobra siniestras resonancias.
La obra no señala responsabilidades empresariales ni del sistema económico -no tiene esa intención- pero hace hincapié en la estupidez humana, en la comodidad y el conformismo, y construye así un apocalipsis entre tontos.
El dramaturgo Eusebio Calonge -también iluminador del grupo bajo el nombre de José Manuel Sánchez Jiménez- señaló a Télam que la obra pegó duro en su país: "Nosotros nunca trabajamos para la actualidad, el teatro como espejo del tiempo que cruza refleja una realidad, pero la realidad es algo mucho más hondo, no sólo contiene el presente, (sin embargo) la realidad nos trasciende".
A "El régimen..." se le puede endilgar una duración excesiva, sobre todo porque su planteo elude las convenciones dramáticas habituales, pero es muy disfrutable el trabajo del cuarteto, así como los vitales pasodobles de la banda sonora.
"El régimen del pienso", se ofrece en la sala María Guerrero del Teatro Nacional Cervantes, Libertad 915, de miércoles a sábados a las 21 y los domingos a las 20.30.
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