Wikileaks, el filme
De 10/9/13
Wikileaks, el filme
Para alguien que trabaja en The Guardian, y con jetlag, el thriller The Fifth Estate (El quinto poder), que abrió el Festival de Toronto, puede parecer una alucinación más que un filme. Este relato sobre WikiLeaks, dirigido por Bill Condon, con el protagónico de Benedict Cumberbatch, narra el ascenso y caída de Julian Assange y su colaboración con The Guardian (entre otros diarios) en la publicación de documentos clasificados. Y actúa como uno de esos sueños en los que la oficina, de afuera, parece bastante normal, pero al entrar las cosas son sutilmente distintas. Acá, todo se vuelve más escandinavo, por así decirlo.
Estas alteraciones no invalidan en absoluto la licencia artística de la película. De hecho, tratándose de la adaptación de un libro de los periodistas David Leigh y Luke Harding, sumado al relato que hizo el activista tecnológico Daniel Domscheit-Berg sobre su trabajo para Assange, El quinto poder es un proyecto en cuyas fuentes se puede tener una fe considerable. Condon, sin duda, la tiene.
El argumento sigue a Assange desde el momento en que reclutó a Domscheit-Berg (interpretado por Daniel Bhrul, el actor de Good Bye, Lenin) y comenzaron a trabajar -en coordinación con algunos periodistas- para realizar un lanzamiento coordinado de cientos de miles de cables diplomáticos e informes de guerra secretos. La línea temporal de la película da algunos saltos, pero de todos modos avanza confiada, en tanto nuestros héroes piratas llegan constantemente a una nueva ciudad, antes de que un nuevo giro de los acontecimientos los obligue a cerrar sus laptops y salir corriendo.
El modelo es Red social, de David Fincher, que tomó la creación de Facebook y la transformó en un estudio de carácter de un solitario neurótico con el mundo en la punta de los dedos. Ambas películas muestran una catarata de recursos visuales, desplegando en este caso un bombardeo de artículos y noticieros para sugerir la ciénaga de información, más gráficos estilo mapas de vuelo que ilustran la forma en que inunda todo el globo. Ambas películas se proponen mostrar que la informática es un campo para el genio creativo. Las dos experimentan el mismo problema: ver tipear a alguien, después de un rato, no resulta demasiado excitante. Condon eleva además la apuesta dramática con visualizaciones que remiten a la vida interior de Domscheit-Berg, y mucho material tecno.
Y ambas películas eligen como desarrollo la relación entre los hombres asociados al origen de cada sitio. Pero en El quinto... el mejor amigo pasa a ser coprotagonista, con su vida amorosa -la de Domscheit-Berg- incluida.
En cuanto a Cumberbatch, es a la vez el mayor acierto y la ligera desventaja; tiene tal magnetismo que dos protagonistas resultan redundantes. Es una personificación de alto virtuosismo. Por lo demás, en Toronto, Condon dijo que se había propuesto analizar los límites que plantea decir la verdad: ¿Cuándo una mentira es demasiado importante como para no exponerla, y cuándo es tan crucial que no se debe ni pensar en decirla? Una pregunta tan estimulante como esta película.
Estas alteraciones no invalidan en absoluto la licencia artística de la película. De hecho, tratándose de la adaptación de un libro de los periodistas David Leigh y Luke Harding, sumado al relato que hizo el activista tecnológico Daniel Domscheit-Berg sobre su trabajo para Assange, El quinto poder es un proyecto en cuyas fuentes se puede tener una fe considerable. Condon, sin duda, la tiene.
El argumento sigue a Assange desde el momento en que reclutó a Domscheit-Berg (interpretado por Daniel Bhrul, el actor de Good Bye, Lenin) y comenzaron a trabajar -en coordinación con algunos periodistas- para realizar un lanzamiento coordinado de cientos de miles de cables diplomáticos e informes de guerra secretos. La línea temporal de la película da algunos saltos, pero de todos modos avanza confiada, en tanto nuestros héroes piratas llegan constantemente a una nueva ciudad, antes de que un nuevo giro de los acontecimientos los obligue a cerrar sus laptops y salir corriendo.
El modelo es Red social, de David Fincher, que tomó la creación de Facebook y la transformó en un estudio de carácter de un solitario neurótico con el mundo en la punta de los dedos. Ambas películas muestran una catarata de recursos visuales, desplegando en este caso un bombardeo de artículos y noticieros para sugerir la ciénaga de información, más gráficos estilo mapas de vuelo que ilustran la forma en que inunda todo el globo. Ambas películas se proponen mostrar que la informática es un campo para el genio creativo. Las dos experimentan el mismo problema: ver tipear a alguien, después de un rato, no resulta demasiado excitante. Condon eleva además la apuesta dramática con visualizaciones que remiten a la vida interior de Domscheit-Berg, y mucho material tecno.
Y ambas películas eligen como desarrollo la relación entre los hombres asociados al origen de cada sitio. Pero en El quinto... el mejor amigo pasa a ser coprotagonista, con su vida amorosa -la de Domscheit-Berg- incluida.
En cuanto a Cumberbatch, es a la vez el mayor acierto y la ligera desventaja; tiene tal magnetismo que dos protagonistas resultan redundantes. Es una personificación de alto virtuosismo. Por lo demás, en Toronto, Condon dijo que se había propuesto analizar los límites que plantea decir la verdad: ¿Cuándo una mentira es demasiado importante como para no exponerla, y cuándo es tan crucial que no se debe ni pensar en decirla? Una pregunta tan estimulante como esta película.
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