Peligro en estado latente
De 20/9/13
Peligro en estado latente
Wakolda se basa en una muy buena novela de la propia directora, Lucía Puenzo. Escritora de tiempos cinematográficos, imprime al relato, página a página, un ritmo y un clima, entre detalles precisos y la trama, que van enriqueciendo la intriga. Puenzo sabe manejar el suspenso para maniatar al lector y sorprenderlo en una sola frase.
Para trasladar Wakolda -el título hace referencia a una muñeca indígena en el libro- a la pantalla, Puenzo debió hacer lógicas concesiones por cuestiones de metraje. Cambió algún punto de vista, mimetizó personajes en función de mantener el esquema: la relación entre Josef Mengele, el criminal y científico nazi que se refugió en Sudamérica tras la caída del Tercer Reich, y una familia argentina.
Si bien el paso de El Angel de la muerte por la Argentina está probado, Puenzo apela a la ficción entrelazando la anuencia de alemanes en Bariloche con la visita de Mengele, aquí un médico que conoce en plena ruta patagónica a Eva, hija de alemanes, Enzo, su esposo, y sus tres hijos.
Es 1960 y Mengele queda imantado a Lilitth (la pequeña Florencia Bado), la hija del medio de 12 años y que tiene problemas de crecimiento. Para quienes no supieran quién fue Mengele, la película es menos terrible que el libro -o que la vida misma del criminal-. El hombre (quien aseguraba que la mezcla contaminaba la sangre) realizó experimentos humanos, con hormonas, y no le pierde el ojo a que Eva está embarazada. Así que abona seis meses por adelantado y se asegura su estadía en la hostería que el matrimonio reabrirá a orillas del lago Nahuel Huapi.
Puenzo hace una primera pintura de los protagonistas creíble, real, y no sólo con Mengele (el catalán Alex Brendemühl, de increíble parecido físico con Mengele). Algunos personajes laterales, que sumarían en sus subtramas -los compañeros del colegio alemán de Lilith, las empleadas de la hostería- en las pocas escenas que tienen debilitan su peso, por lo que la variedad de tramas que la directora quiere abarcar -el despertar sexual incluido- queda esbozado pero algo trunco.
Tras XXY y El niño pez, la realizadora entrega su filme más profesional y, en cierto sentido, de una narración más clásica que los anteriores. De una factura técnica impecable, la película abre la polémica con referencia al pasado en la Argentina como refugio de criminales, y la caza de nazis por parte del Mossad.
Al no demonizar y, si cabe el término, humanizar a Mengele, mostrándolo casi como un ser común y corriente, el filme gana lo que pierde al simplificar el comportamiento de la colonia alemana en Bariloche.
Natalia Oreiro se juega en un rol bien dramático como la madre que no duda a la hora de ayudar a su hija, lo mismo que Diego Peretti como ese hombre que construye muñecas sin saber el legado que estará dejando.
Para trasladar Wakolda -el título hace referencia a una muñeca indígena en el libro- a la pantalla, Puenzo debió hacer lógicas concesiones por cuestiones de metraje. Cambió algún punto de vista, mimetizó personajes en función de mantener el esquema: la relación entre Josef Mengele, el criminal y científico nazi que se refugió en Sudamérica tras la caída del Tercer Reich, y una familia argentina.
Si bien el paso de El Angel de la muerte por la Argentina está probado, Puenzo apela a la ficción entrelazando la anuencia de alemanes en Bariloche con la visita de Mengele, aquí un médico que conoce en plena ruta patagónica a Eva, hija de alemanes, Enzo, su esposo, y sus tres hijos.
Es 1960 y Mengele queda imantado a Lilitth (la pequeña Florencia Bado), la hija del medio de 12 años y que tiene problemas de crecimiento. Para quienes no supieran quién fue Mengele, la película es menos terrible que el libro -o que la vida misma del criminal-. El hombre (quien aseguraba que la mezcla contaminaba la sangre) realizó experimentos humanos, con hormonas, y no le pierde el ojo a que Eva está embarazada. Así que abona seis meses por adelantado y se asegura su estadía en la hostería que el matrimonio reabrirá a orillas del lago Nahuel Huapi.
Puenzo hace una primera pintura de los protagonistas creíble, real, y no sólo con Mengele (el catalán Alex Brendemühl, de increíble parecido físico con Mengele). Algunos personajes laterales, que sumarían en sus subtramas -los compañeros del colegio alemán de Lilith, las empleadas de la hostería- en las pocas escenas que tienen debilitan su peso, por lo que la variedad de tramas que la directora quiere abarcar -el despertar sexual incluido- queda esbozado pero algo trunco.
Tras XXY y El niño pez, la realizadora entrega su filme más profesional y, en cierto sentido, de una narración más clásica que los anteriores. De una factura técnica impecable, la película abre la polémica con referencia al pasado en la Argentina como refugio de criminales, y la caza de nazis por parte del Mossad.
Al no demonizar y, si cabe el término, humanizar a Mengele, mostrándolo casi como un ser común y corriente, el filme gana lo que pierde al simplificar el comportamiento de la colonia alemana en Bariloche.
Natalia Oreiro se juega en un rol bien dramático como la madre que no duda a la hora de ayudar a su hija, lo mismo que Diego Peretti como ese hombre que construye muñecas sin saber el legado que estará dejando.
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