"El jardín de los cerezos" Clásico entrañable
De 13/11/13
"El jardín de los cerezos" Clásico entrañable
Es un regreso a casa en el que se entremezclan la alegría y la melancolía. Sentimientos que provocan en Liubov risas y lágrimas. La vuelta a los rincones más queridos, especialmente a ese jardín que simboliza “mi vida, mi juventud, mi felicidad”, tras cinco años de ausencia, tendrá su costado doloroso. Porque está a punto de perder todos sus bienes en un remate judicial debido a un insoslayable quebranto financiero. Y Liubov se niega a aceptar una propuesta, que consiste en transformar el lugar en un centro para turistas, que le dejaría un salvador beneficio económico.
Escrita en el último tramo de su existencia por Antón Chéjov (1860-1904, médico, cuentista y dramaturgo ruso), El jardín de los cerezos es una de sus historias teatrales más emblemáticas y representadas, inscripta en la corriente naturalista, que es la reconocible línea del autor. El argumento está impregnado de las vivencias de los personajes, sutiles estados de ánimo que se imponen más allá de la construcción de escenas que puedan impactar.
Así, a partir de las dificultades de dinero que afectan a Liubov, a su hermano Gaiev y a sus hijas Ania y Varia (esta última adoptiva), el relato va internándose en sensibles cuestiones. Surgen las desdichas pasadas de la protagonista, amores que se esbozan sin concretarse, los discursos inoportunos de Gaiev, el idealismo inclaudicable del estudiante Trofimov, el práctico criterio como empresario de Lopajin, las imprevistas torpezas de Epijodov, y el deterioro mental del anciano Firs, un sirviente fiel a sus amos. Con estilo refinado, Chéjov redondea un reflexivo retrato de la condición humana.
A tono con este atrayente camino narrativo, Nicolás Pérez Costa (sólido director de 29 años) elaboró una puesta de climas poéticos o agridulces, manejando las palabras de Chéjov dentro un espacio preciso, con silencios y pausas que tienen un peso propio. Además, congeló por segundos varios momentos con un gran sentido expresivo y estético, generó un aire fresco en el brioso pasaje del baile de ritmo hebreo, y consiguió transmitir la sugestiva “presencia” del jardín, aún sin materializarlo.
En cuanto al elenco, Rita Terranova (como Liubov) se luce ampliamente en dos emotivos monólogos, en los instantes de una alegría casi infantil, y en la honda tristeza al recordar antiguos dolores, ratificando sus habituales excelencias interpretativas. Héctor Gióvine asume con elegante postura escénica a Gaiev, marca con exactos recursos sus desbordes verbales, exhibiendo siempre un solvente juego histriónico.
Por su parte, Nicolás Pérez Costa (el soñador Trofimov), Damián Iglesias (el terrateniente Lopajin), Renata Marrone (la hija Ania), Iara Martina (Varia, la hija adoptada), Agustín Pérez Costa (es Epijodov), Leonardo Odierna (el viejo Firs), Christian Alladio, Cecilia Barlesi, Alejandro Cupito y Valeria Ruggiero aportan actuaciones de muy buen nivel, en esta valiosa versión de ese entrañable y bello jardín de cerezos.
Escrita en el último tramo de su existencia por Antón Chéjov (1860-1904, médico, cuentista y dramaturgo ruso), El jardín de los cerezos es una de sus historias teatrales más emblemáticas y representadas, inscripta en la corriente naturalista, que es la reconocible línea del autor. El argumento está impregnado de las vivencias de los personajes, sutiles estados de ánimo que se imponen más allá de la construcción de escenas que puedan impactar.
Así, a partir de las dificultades de dinero que afectan a Liubov, a su hermano Gaiev y a sus hijas Ania y Varia (esta última adoptiva), el relato va internándose en sensibles cuestiones. Surgen las desdichas pasadas de la protagonista, amores que se esbozan sin concretarse, los discursos inoportunos de Gaiev, el idealismo inclaudicable del estudiante Trofimov, el práctico criterio como empresario de Lopajin, las imprevistas torpezas de Epijodov, y el deterioro mental del anciano Firs, un sirviente fiel a sus amos. Con estilo refinado, Chéjov redondea un reflexivo retrato de la condición humana.
A tono con este atrayente camino narrativo, Nicolás Pérez Costa (sólido director de 29 años) elaboró una puesta de climas poéticos o agridulces, manejando las palabras de Chéjov dentro un espacio preciso, con silencios y pausas que tienen un peso propio. Además, congeló por segundos varios momentos con un gran sentido expresivo y estético, generó un aire fresco en el brioso pasaje del baile de ritmo hebreo, y consiguió transmitir la sugestiva “presencia” del jardín, aún sin materializarlo.
En cuanto al elenco, Rita Terranova (como Liubov) se luce ampliamente en dos emotivos monólogos, en los instantes de una alegría casi infantil, y en la honda tristeza al recordar antiguos dolores, ratificando sus habituales excelencias interpretativas. Héctor Gióvine asume con elegante postura escénica a Gaiev, marca con exactos recursos sus desbordes verbales, exhibiendo siempre un solvente juego histriónico.
Por su parte, Nicolás Pérez Costa (el soñador Trofimov), Damián Iglesias (el terrateniente Lopajin), Renata Marrone (la hija Ania), Iara Martina (Varia, la hija adoptada), Agustín Pérez Costa (es Epijodov), Leonardo Odierna (el viejo Firs), Christian Alladio, Cecilia Barlesi, Alejandro Cupito y Valeria Ruggiero aportan actuaciones de muy buen nivel, en esta valiosa versión de ese entrañable y bello jardín de cerezos.
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