"El principio de Arquímedes", de Josep Maria Miró
De 31/3/14
"El principio de Arquímedes", de Josep Maria Miró
Ubicada en un natatorio privado, tiene allí a dos profesores encargados de entrenar a niños de corta edad (Juan Minujin, Martín Slipak) y a una supervisora o dueña del lugar (Beatriz Spelzini) cuya rutina se corta ante la irrupción de un papá (Nelson Rueda).
El hombre llega alarmado por el aparente desliz de uno de los muchachos (Minujin), quien habría tenido actitudes impropias con su hijo -demasiado contacto físico, tal vez un beso en los labios-, y así el tema del abuso de menores pasa a ocupar el vacío de aquellas vidas. Ante el suceso, el profesional niega toda responsabilidad en lo que se le imputa pero la duda se establece entre la responsable y el otro compañero, que llegan a la conclusión de que es poco lo que cada cual sabe de los otros.
El asunto se parece al de la película "La cacería", del danés Thomas Vinterberg, no sólo por la denuncia en sí -muy imprecisa y surgida de una compañerita de la víctima- sino por la bola de nieve que se va formando alrededor del tema. En términos teatrales podría vincularse a algún tópico de Luigi Pirandello, que solía entregar testimonios contradictorios ante los que el espectador era invitado a tomar partido, pero en tiempos actuales es imposible ignorar la paranoia que establecen adrede los medios de comunicación.
La directora Corina Fiorillo -que tuvo a cargo elogiadas puestas, como "Big Bang" y "Kalvkött, carne de ternera"- cumple una interesante tarea aquí, beneficiándose incluso con un escenario bifronte y de extremos simétricos, pero el texto confunde intriga con hieratismo. Los personajes masculinos centrales pasan del chichoneo cotidiano entre compañeros de trabajo a una suerte de inquisición de Slipak a Minujin sin que previamente haya aparecido algún vínculo entre ellos más de los que el público ve, no hay una amistad fuera del ámbito laboral.
De la única que se sabe algo es de la encargada que hace Spelzini, una de las actrices más capaces, bellas y sensibles de la escena actual, pero el texto y la puesta le exigen unos lloriqueos que no están a la altura de su arte ni se integran a la cortedad del resto. Esos pasajes son los únicos que aportan algo de emoción a ese ámbito frío y húmedo del natatorio, aunque nada es tan grave como el bache que sufre la pieza prácticamente en su primer tercio, cuando propone el tema del abuso.
Después de eso hay una meseta de pequeños indicios, las criaturas no crecen y apenas se aportan algunos datos al que está en la platea, tan estériles como el exhibicionismo del personaje de Minujin, casi siempre cubierto con una pequeña malla de baño de la que prescinde un par de veces.
El hombre llega alarmado por el aparente desliz de uno de los muchachos (Minujin), quien habría tenido actitudes impropias con su hijo -demasiado contacto físico, tal vez un beso en los labios-, y así el tema del abuso de menores pasa a ocupar el vacío de aquellas vidas. Ante el suceso, el profesional niega toda responsabilidad en lo que se le imputa pero la duda se establece entre la responsable y el otro compañero, que llegan a la conclusión de que es poco lo que cada cual sabe de los otros.
El asunto se parece al de la película "La cacería", del danés Thomas Vinterberg, no sólo por la denuncia en sí -muy imprecisa y surgida de una compañerita de la víctima- sino por la bola de nieve que se va formando alrededor del tema. En términos teatrales podría vincularse a algún tópico de Luigi Pirandello, que solía entregar testimonios contradictorios ante los que el espectador era invitado a tomar partido, pero en tiempos actuales es imposible ignorar la paranoia que establecen adrede los medios de comunicación.
La directora Corina Fiorillo -que tuvo a cargo elogiadas puestas, como "Big Bang" y "Kalvkött, carne de ternera"- cumple una interesante tarea aquí, beneficiándose incluso con un escenario bifronte y de extremos simétricos, pero el texto confunde intriga con hieratismo. Los personajes masculinos centrales pasan del chichoneo cotidiano entre compañeros de trabajo a una suerte de inquisición de Slipak a Minujin sin que previamente haya aparecido algún vínculo entre ellos más de los que el público ve, no hay una amistad fuera del ámbito laboral.
De la única que se sabe algo es de la encargada que hace Spelzini, una de las actrices más capaces, bellas y sensibles de la escena actual, pero el texto y la puesta le exigen unos lloriqueos que no están a la altura de su arte ni se integran a la cortedad del resto. Esos pasajes son los únicos que aportan algo de emoción a ese ámbito frío y húmedo del natatorio, aunque nada es tan grave como el bache que sufre la pieza prácticamente en su primer tercio, cuando propone el tema del abuso.
Después de eso hay una meseta de pequeños indicios, las criaturas no crecen y apenas se aportan algunos datos al que está en la platea, tan estériles como el exhibicionismo del personaje de Minujin, casi siempre cubierto con una pequeña malla de baño de la que prescinde un par de veces.
Comentarios
Debes iniciar sesión para publicar un comentario.
Conectarme